jueves, 31 de marzo de 2016

LOS DÓLMENES DE AZUAGA Y LA CARDENCHOSA (1ª parte)



        

         En la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, edición noviembre-diciembre de 1913 (nº 11 y 12), aparece un artículo sobre  la “Arquitectura Dolménica Íbera”, que se centra en los dólmenes de la provincia de Badajoz, entre ellos los de Azuaga y la Cardenchosa. Textualmente dice:
En término de la Cardenchosa de Azuaga, aldea situada en el confín Sureste de la provincia de Badajoz con la de Córdoba, buscaba yo con afán el grupo de dólmenes existentes, según el Sr. Machado, «en la divisoria de Andalucía y Extremadura», cuando el ilustrado Sr. Cura párroco de la Cardenchosa, D. Juan Guerrero Rangel, me puso en la pista de los ejemplares, que con él, con D. Juan Maesso y otras personas de la Granja de Torrehermosa, en quienes se despertó el deseo de conocerlos, visité últimamente, encontrándolos destruidos. Son los siguientes:
- Dolmen del Conde Galeote. Se halla a 160 metros al norte de la Cardenchosa. Está destruido y no conserva más que cinco piedras: cuatro erguidas, una a un lado y tres, una de ellas rota, alineadas al otro, que es paralelo al primero; y la quinta piedra, que es la más larga, se mantiene apoyada por un extremo sobre la de en medio de las tres alineadas, teniendo el otro apoyado en la tierra por falta de la piedra erguida que sirvió de soporte. Fácilmente se comprenderá que todo esto corresponde a la galería del dolmen. La cámara fue destruida en absoluto, no quedando ni aun indicio del extremo de la galería en que estuvo. Esparcidos por el suelo hay muchos cantos del montículo que cubrió al dolmen. La longitud apreciable del dicho trozo de galería es de 3,96 m. y su anchura, de 1,77; la de las piedras de un lado son de 1.30 y 1.25 las dos piedras enteras, y 1.48 la partida. La única piedra del otro lado mide 1.15. Si, como en otros ejemplares, estuvo en éste la cámara al Noroeste, podrá pensarse que una piedra que se ve caída al Sudeste, delante de la entrada de la galería, puede ser la que sirvió para tapar la puerta.
- Dolmen destruido, situado a unos pocos metros al Oeste del anterior. Como en éste, lo que se ve es un resto de galería, con una piedra de dintel, de 2.35 por 1.12 m., todavía apoyada sobre otra de soporte, que mide 1.81 de longitud, 1.43 de anchura y 0.28 de espesor. Otra piedra hay caída de 1.70 m. de longitud y 0.40 de espesor. Las demás están hincadas, pero rotas, por haberse llevado de ellas los mejores pedazos. Cantos del montículo se ven esparcidos. La longitud apreciable de estas ruinas es de nueve metros.
- Dolmen de Manchones. Situado a kilómetro y medio al sudeste de la Cardenchosa. Pocas piedras quedan, y las más rotas; pero se aprecia entre un resto del montículo la disposición del monumento sepulcral, con su cámara poligonal de 2.44 m. de diámetro y su galería de siete de longitud. En la cámara del lado derecho permanecen dos piedras juntas de 0.38 y 0.77 de anchura, respectivamente, y al lado opuesto otra de 0.58. Este dolmen corresponde al tipo cupuliforme, pues sus piedras verticales necesitaron el complemento del aparejo anillado para cerrar la abertura circular.
 


- Dolmen de la dehesa El Toril. Se halla a dos kilómetros al Oeste. Está destruido y sus piedras son aún mayores que las del Galeote.
Muchas piedras de estos dólmenes se ven aprovechadas como elementos de construcción en edificaciones rústicas de la Cardenchosa. El dolmen de El Toril, no es más que un resto de galería cuya longitud apreciable es de 6.75 m. y la anchura 1.50.  La cámara estuvo al Este, y al Oeste la puerta de la galería donde está la piedra que la cubría, cuya longitud es de 2.17 m., y el espesor de 0.37. Cuatro piedras permanecen del lado Norte de la galería de 0.89, 0.90 y 0.38 de anchura, y otra piedra en el lado opuesto.
El autor del texto y, supongo, de las fotografía, fue don José Ramón Mélida. Según Daniel Casado Rigalt (José Ramón Mélida y la Arqueología Española, Madrid, 2006), don José Ramón fue Anticuario de la Real Academia de la Historia, pero que, sin discusión, es una de las mayores figuras de la Arqueología Española de todos los tiempos, a pesar de sus limitaciones y carencias. Como con acierto observa el autor, perteneció a las instituciones de más relevancia social y cultural de su época, como el Museo Arqueológico Nacional, la Universidad Central, la Real Academia de la Historia, el Ateneo de Madrid o la Institución Libre de Enseñanza, además de dirigir durante muchos años las excavaciones de Numancia y Mérida y de ser, sin lugar a dudas, el arqueólogo de su generación más reconocido fuera de España a nivel internacional.